Nos encomendamos y vamos por Santa Teresa
Por: Andrea Orrego Montoya/Comunicadora Social, apasionada por la bici
El despertador sonó a las 4 y 15 am, aún estaba de noche, el cielo rojizo, amenazando llover, los pajaritos todavía dormían, pero era hora de alistarme y madrugarle al pedal. Revisé el pronóstico del tiempo desde mi celular, era favorable, no iba a llover, pero tampoco iba a salir el sol.
Desde la noche anterior deje todo listo, camelback, caramañola, bomba, neumático, parches, herramienta, bocadillo y galletas, sabía lo que le esperaba a mis piernas. Nada podía faltarme nada, para esta ruta tenía que ir preparada.
A las 5 y 30 de la mañana salí de mi casa, ya comenzaba a aclarar, la mañana estaba fría, el rocío se sentía en el piso, la calle estaba húmeda. Un sábado a esa hora la mayoría duerme, otros hasta hora llegan a sus casas y otros pedaleamos al ritmo que sale el sol.
El primer trayecto lo hago sola, casi seis kilómetros disfrutando de cada segundo, el clima que aunque estaba un poco frio era perfecto para rodar, el olor de las plantas, los colores de los árboles, los diferentes sonidos de los pájaros, las personas que van y vienen, la cordillera que aparece majestuosa de un momento a otro adornada por las nubes y los verdes de diferentes matices, se respira aire puro que nos da la mañana, pedaleo agradeciendo cada imagen que pueden ver mis ojos.
Llegué al punto de encuentro, todos estaban listos y empezamos a subir, íbamos rumbo a Santa Teresa. Empezamos el ascenso como si fuéramos para Puente Abadía, rodamos suave, sin afán, hablando y contemplando el recorrido, disfrutando del paisaje que comenzó a aparecer a nuestra izquierda, El Rio Guatiquia, había llovido la noche anterior en la montaña, por eso bajaba un poco más oscuro de lo normal, aun así no dejaba de ser hermoso adornado por el verde de la cordillera que lo acompaña desde su nacimiento.
El cielo estaba nublado, el camino tenia piedras sueltas y húmedas, lo que hacía algo difícil el trayecto y un poco peligroso, así que decidimos ir con cuidado. Durante el recorrido íbamos encontrando compañeros, unos pedaleaban hacia el cañón del monstruo, otros solo a puente abadía, y algunos decidieron unirse a nosotros. Iniciamos cinco, terminamos subiendo 15, de los cuales solo concluimos la ruta siete, seis hombres y yo, la única mujer.
Llegamos al cruce que nos llevaba a Santa Teresa, comenzamos a subir, al principio me dijeron que eran unos siete kilómetros de ascenso, me parecía un poco larga, no la había hecho nunca, así que me reté a hacerla sin bajarme de la bici. Empecé despacio, a mi ritmo, no sabía lo que me esperaba, así que no tenía prisa, mi único afán era bajarme en Santa Teresa.
Comenzaron a caer algunas gotas, subir no estaba tan complicado como me lo habían hecho creer, habían algunos descansos para rotar y recuperar, así que decidí disfrutar del paisaje. A medida que subíamos, las nubes aparecían por el camino, algunos campesinos se veían al borde de la carretera arreglando las cercas, otros llevando ganado y algunos ordeñando. El camino estuvo húmedo casi todo el tiempo, barro, piedras, lodo, charcos era mtb puro.
Mientras escalábamos la montaña en bicicleta, podíamos ver los precipicios, la montaña nos abría paso entre plantas de todas las clases y colores, arboles florecidos, casas con vistas privilegiadas y nosotros ahí con las piernas a tope esperando ver, en que momento iba a aparecer la famosa Santa Teresa.
Yo iba concentrada en mi bici, en el paisaje, en mi entrenamiento, no quería ver ni el tiempo, ni la velocidad y mucho menos la distancia, al final solo quería sorprenderme de lo capaz que eran mis piernas y mi mente.
Después de un paisaje espectacular, de una subida sin fin, con un corto descenso llegamos a Santa Teresa, un pequeño caserío, con unas cuantas casas alrededor y una cancha de futbol, todo estaba nublado, parecía un pueblo fantasma, no se veía un alma por ahí, 9,7 kilometros de montaña pura, en una hora 14 minutos, no es el mejor tiempo pero pude lograrlo, llegue invicta, sin bajarme de la bici y sintiéndome muy fuerte.
Nos tomamos la foto, teníamos que justificar la subida, decidimos bajar por el borde de la montaña, un camino de herradura poco o nada pedaleable para mí, para otros más osados seria como hacer algo de dowinhill. Con la bici en la mano empiezo mi descenso algo frustrada por no ir sobre ella, pero con amigos y disposición todo se pude.
Camine una eternidad, pasamos derrumbes, cascadas, empalizadas, me sentía en medio de la nada, perdida en la selva, pero sabía que era una experiencia que tenía que vivir, y que se vive sobre una bicicleta. Logramos salir a la carretera principal, más adelante del tobogán que nos lleva a Puente Abadía. Nos devolvimos y terminamos el recorrido cruzando el puente para salir por La Argentina, y tomar el camino a casa, llena de barro hasta las orejas, pero feliz de reconfirmar que todo lo que uno se propone lo logra.
Ruta: Santa Teresa – Puente Abadia, cerca de 45 kilometros, con un aumento de altitud de 1.751 metros sobre el nivel del mar. ¿Es dura? Es exigente, el paisaje espectacular, vale la pena rodar por Santa Teresa la super recomiendo.